El libro “Cinco panes de cebada”, de Lucía Baquedano, fue
redactado por ella en 1960 sin propósito alguno, sólo por el gusto de escribir, y
finalmente publicado por primera vez en el año 1981. Por aquel entonces, la
situación de España, país en el que se desarrolla la historia, era diferente a la
realidad actual. Muriel habla sobre cómo funcionaban las oposiciones y menciona la llegada del uso de
maquinaria como nuevo método de cultivo.
Lucía Baquedano, autora de este libro, nace en Pamplona, lugar
de donde proviene Muriel. Además, ella, igual que su protagonista, es amante de
la lectura. Aunque ella estudió secretariado, desde pequeña le gustó la escritura,
y fue hacia los 40 años cuando se decidió por escribir su primer libro, “Cinco
panes de cebada”, para el público juvenil.
La narración está dividida en 16 capítulos, y cada uno de
ellos representa un salto en el tiempo. La historia empieza con la descripción
de la situación de la protagonista en primera persona, ya que es Muriel quien
nos acompañará a lo largo del libro. Ella tenía 21 años cuando aprobó las
oposiciones de maestra y se le asignó la escuela de Beirechea, un pueblo rural
de muy pocos habitantes y el cual no entusiasmaba a Muriel.
Decidió no quedarse más de un curso. El cura, pero, la hizo
ver que, a lo mejor, Dios la envió allí para ayudar algún niño, así que
consiguió empezar el curso un poco más animada. Pasó mes y medio sin darse
cuenta, y aplazó su ida para Navidad. Cada vez eran menos los días tristes, y
pensaba más en Dios. Tuvo que aprender a ir en bici para moverse por el pueblo,
pero pronto le cogió gusto. Muriel se integró en un grupo de chicos de su edad;
juntos solían hacer excursiones. Al llegar la Navidad, se quedó en Beirechea.
Entonces, agradeció por primera vez haber llegado allí. Una vez reabierta la
escuela en enero, Muriel fue en busca de una niña que aparecía en las listas
pero que nunca se presentó. Entró en la
casa y así dio con Javier, quién no
le resolvió la duda. Eso sí, se dio cuenta de que aquella era la única casa en
la que había libros; así decidió montar una biblioteca en la escuela. Para
motivar a sus niños, les explicó la mitad de uno de los libros de miedo y, de
esa forma, empezaron a pelearse para poder llevárselo a casa y acabarlo. Más
adelante, Muriel fue a hacer una visita a Pamplona. Allí vio lo mucho que
apreciaba Beirechea, y la ciudad ya no le parecía la misma. De vuelta al
pueblo, se llevó más libros para su biblioteca; los niños la habían echado de
menos. Pronto, llegó la hermana de Muriel a informarle de un puesto en la
escuela de un barrio nuevo. A principios de curso hubiera accedido, pero ahora
ya no quería irse del pueblo; había cambiado. Más adelante, fueron de excursión
con los escolanos. Muriel perdió la cámara de fotos allí; fue sola a buscarla y
se perdió. Por suerte, por allí pasaba Javier i después de hablar un rato, le explicó que Marta era ya madre y tendría
unos 27 años. Al día siguiente, Javier apareció después de clases para traerle
su cámara, iniciaron así su amistad. Justo el día que vino la inspectora, los
niños parecieron no haber aprendido nada. Además, ese mismo día se le
declararon Fermín, hermano de una amiga, y Miguel, el médico; ambos fueron
rechazados.
Se acabó el curso, y
Muriel regresó para San Fermín a Pamplona. Sintió, entonces, que echaba de
menos estar atareada en la escuela, el ambiente del pueblo. Visitó a su tía, la
cual hacía tiempo que no veía, y esta le regaló más libros. Al regresar y ver
pintando a uno de los pueblerinos, Muriel decidió pintar también la escuela. Javier
le echó una mano. Después, estuvieron charlando y Muriel por fin conoció el
pasado de ese chico, no muy aceptado en el pueblo. Durante el verano, uno de
los niños se llevaba libros para que su padre los leyera. Al enterarse ella,
decidió abrir también la biblioteca para los adultos, aunque solo él fuera
asiduo. Una de las alumnas, Teresa, quería continuar la escuela, pero debía
irse a Pamplona. Aunque primeramente su padre no se mostrara de acuerda, Muriel
y Javier consiguieron que la niña pudiera hacer la prueba, entrara y se quedara
estudiando allí junto a la tía de Muriel. Eso hizo que la gente viera con otros
ojos a Javier y lo aceptaran. Finalmente, Javier se declaró a Muriel y
decidieron casarse y quedarse a vivir juntos en el pueblo.
Por lo tanto, una vez leída la obra, podemos ver que, al
parecer, una vez Muriel se plantea la existencia real de Dios y la misión que
le ha sido otorgada, ve su trabajo de una forma más positiva. En mi opinión,
esto podría haber pasado aunque Muriel no fuera creyente. Uno puede ofrecer sus
habilidades y talentos a la sociedad sin la necesidad de entregar cada buena
obra al Señor. Eso sí, es admirable cómo Muriel se entrega a sus alumnos, lo
que llega a hacer por ellos; debería ser una actitud predominante en maestros,
y también en el resto de sociedad. Por otra parte, vemos que cuanto menos tiene
alguien, más valor le da a las cosas que pueden parecer insignificantes y más
puede desarrollarse su creatividad. Por ese motivo, de este libro deberíamos
aprender a ser conscientes de este valor y a prescindir de aquello que
realmente no es necesario.
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