Antes era algo negativa. Cada vez que alguien se lo decía, solía justificarse respondiendo "No soy negativa, soy realista". De esta manera luchaba para convencerse de que era así, una persona realista, con los pies en la tierra.
No se sabe exactamente desde cuando cambió su carácter, no recordaba un momento exacto. Probablemente alguna decepción en su infancia, alguna o más. La cuestión es que, en algún momento, ocurrió. "No soy negativa, soy realista". Cuántas veces se había repetido eso, como si tuviera que convencerse a ella y no a los demás. Otras, se preguntaba por qué actuaba de esa forma. Bueno, realmente le encontraba lógica: si soy realista, no me haré ilusiones inútilmente, ni tampoco me dañarán emocionalmente. Visto así hasta parece convincente.
El problema se hallaba en el concepto que ella tenía de "ser realista". ¿Y de qué le sirvió esa conducta? De muy poco, por no decir que acabó resultando incluso peor. No ilusionarse; ilusionarse es de ingenuos, de inocentes. Pensaba que eso la iba a proteger pero, ¿qué es la vida sin ilusión? No se daba cuenta, pero vivía sin vivir, sin metas que cumplir por miedo a no alcanzarlas. Y aun así la decepcionaban, se decepcionaba a ella misma.
Al cabo de unos años, después de haber estado durante mucho tiempo siguiendo la misma dinámica, se le acumularon más decepciones de las que nunca había tenido. No era una época fácil, se encontraba justo en la adolescencia y en el inicio de una etapa escolar corta pero intensa: Bachillerato. Dedicaba horas y horas al estudio; también a las actividades extraescolares. Algo, o más bien dicho alguien, la llevó a salir del pozo de negatividad en que se encontraba, e intentó poner las ilusiones que consiguió sacar de su interior en su futuro, tanto académico como personal. Hizo algunos pasos hacia delante, tímidamente, probando de moverse por el mundo con su nueva actitud. Fueron dos escasos meses lo que esa situación duró. Aquellos que le animaron salir del pozo, con los que había puesto total confianza, resultaron ser los más nocivos. Una vez había conseguido salir, aprovecharon su reciente vulnerabilidad para volver a mandarle al pozo, que esta vez aún era más profundo. Le atribuyeron cualidades que nunca nadie le había echado en cara, uno por un motivo, el otro aún ni se sabe. Anteriormente, habría sido capaz de ignorar aquellos comentarios, pero esa vez no. Estaba continuamente proyectándolos en su mente, planteándose si aquello era verdad y nadie se había atrevido a decírselo antes. Tantas veces repitió este proceso, que se lo acabó creyendo.
Ya no era tan solo negativa, sino que también había perdido totalmente la confianza en sí misma. Solo los más cercanos a ella, los que de verdad la conocían, se dieron cuenta de lo que pasaba. Tampoco sabían exactamente cómo actuar; era un problema que, por mucho que se esforzaran, no podrían solucionar si ella no ponía de su parte. Ataques de ansiedad, continua tristeza o indiferencia. En momentos como aquellos llegó a plantearse cosas que nunca habían pasado por su cabeza. Antes era negativa, sí, pero ahora había tocado fondo. Intentaba esforzarse en lo que le quedaba, pero qué iba a hacer con el agotamiento psicológico que llevaba encima. Podía dormir horas, días y meses, y aun así se sentiría cansada.
Acabó el primer curso, no especialmente bien. No había conseguido mala nota, ni tampoco suspendido ninguna, pero una de las materias le causó, más de una vez, verdaderos dolores de cabeza. En las actividades extraescolares le aumentaron las horas de ensayo, hasta el punto de tener algunos solapados. Si esto hubiera pasado en otra época, seguramente no se lo habría tomado mal; pero no fue así.
Durante ese verano, aunque tuviera mucha tarea, logró recuperarse un poco gracias a un viaje de miles de kilómetros. Lo que ella no esperaba es que ese viaje fuera a cambiar su punto de vista, su conducta y actitud. Allí, muy lejos de casa, volvió a ilusionarse; se dio cuenta de que poco le servía vivir como lo hacía, o lo que realmente se podría considerar, sobrevivir. Volvió a su ciudad renovada, con una nueva mentalidad, cada vez un poco más segura de sí misma. Tal era el cambio, que tanto profesores como otros conocidos lo notaron. Decidió no perder ninguna oportunidad más por temor a decepcionarse. Decidió asumir riesgos, porque vio que de eso se trataba. Ponerse unas metas, iniciar el camino hacia ellas con ilusión, sabiendo que, si al final no conseguía alcanzarlas, al menos lo habría intentado.
Con esa ilusión, esa nueva mentalidad, inició un curso que cada vez le trajo más sorpresas, buenas sorpresas. Logró quitarse de encima aquello por lo que realmente no valía la pena invertir sus fuerzas y se centró en lo que de verdad disfrutaba. Finalmente, sintió que esa situación, para ella, era felicidad. Aunque la vida le siguiera poniendo obstáculos, mayores o menores, los afrontaba sin dejar de sentir esa plenitud, la felicidad de vivir como realmente siempre había querido vivir.
Quizá ese cambio lo hubiera realizado igualmente sin la necesidad de viajar lejos; simplemente, el viaje le ayudó a abrir los ojos a tiempo. Lo más seguro es que así sea, porque antes de los cambios externos, se produjeron los internos.
Si de verdad quieres un cambio en tu vida, empieza por realizarlo dentro de ti.
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